martes, 10 de noviembre de 2009

"Las puertas más grandes son las más difíciles de cerrar" Dan Ariely


Dan Ariely reflexiona sobre la irracionalidad. Y ejemplifica, primero con las ilusiones perceptivas, y después (mucho más interesante) apoyándose en las ilusiones cognitivas.
(Si no sigues el inglés, viene con subtítulos: pulsando en el marco del visor se abre el menú)
Añado aquí por su pertinencia y relevancia el comentario que atentamente Jesús Palomar dejó a esta entrada (yo no habría sabido decirlo mejor):
Jesús Palomar dijo..."Quizá conocer el mecanismo de nuestras irracionales decisiones pueda convertir en un poco más racionales (es decir, sensatas) nuestras futuras decisiones. Creo que esta es la tesis del propio Ariely. No obstante intuyo que la tarea no es fácil. Un ejercito de investigadores sociales tienen probablemente conocimientos interesantes que de hecho no están homologados con el resto de saberes que se estudian en institutos y universidades. Ignoro la causa. Lo que parece seguro es que los profesionales de la publicidad los conocen al dedillo. Pero,¡ojo!, tener acceso a la totalidad de estos presuntos conocimientos tampoco garantiza nada. Una sociedad que ensalza nuestra parte deseante y que gasta tanta energía en debilitar la voluntad (aquella parte irascible de nuestro amigo Platón) y las capacidades cognitivas de sus ciudadanos (memoria, imaginación, reflexión y lenguaje) no es muy alentadora al respecto. Potenciar nuestra parte deseante en lugar de compensarla con nuestras capacidades cognitivas no significa que nos quiten las armas antes de entrar en guerra, significa algo peor, nos quitan incluso la posibilidad de acceder a cualquier arma defensiva ante los juegos del deseo. Con una vista desgastada es muy difícil distinguir la luz que tenemos a un palmo de la nariz. Sin una mínima capacidad de análisis y con una voluntad debilitada cualquier conocimiento se torna de difícil adquisición.
Dada la sociedad que tenemos el resultado que cabe esperar es la proliferación de sujetos que podríamos llamar “deseantes compulsivos” (¿sujetos apetentes en lugar de deseantes?). Constantemente inquietos e insatisfechos. Acto seguido el lenguaje político cada vez más en connivencia o mimesis con el publicitario nos reitera una nueva máxima: la libertad es hacer lo que deseamos. El deseante compulsivo adquiere así su buena conciencia. Heidegger definía al ser inauténtico como aquel que se mueve constantemente por la avidez de novedades para no afrontar su propio vacío. En fin, en esto creo que el cuestionado Heidegger hizo una descripción acertada de un tipo de ser que todos conocemos (quien esté libre de pecado que tire la primera piedra). No obstante, este nuevo tipo de ser parece el nuevo ideal que al menos de facto se nos impone.
Llegados a este punto es pertinente alguna aclaración. No considero perversa a la publicidad. Ella cumple con su tarea. En todo caso es un mal necesario dentro de un sistema que podría funcionar relativamente bien. Tampoco es culpable el mercado. La publicidad es inherente al mercado y no son los publicistas ni los mercaderes los que convierten a un ser impolutamente racional en deseante. Freud y Nietzsche nos despertaron de este sueño y nos hicieron ver que el hombre no es fundamentalmente racional, sino un ser deseante que durante mucho tiempo se vio a sí mismo como exclusivamente racional. Lo verdaderamente perverso es que la política y la educación asuman los mismos medios y fines que la propia publicidad. Si los publicistas tiene un interés obvio en convertir al ser deseante en ser apetente, la política y la educación debería esforzarse en tirar desde el otro extremo y empeñarse en que el ser deseante sea un poco más volitivo. La libertad está del lado del deseante que también quiere y no del deseante que solo apetece. En ese pequeño margen se juegan demasiadas cosas importantes: nuestra dignidad, nuestra libertad, probablemente nuestra humanidad. Quizá suene un poco trágico, pero a veces pienso que incluso se juega la propia civilización y el destino del homo sapiens.
16 de noviembre de 2009"

¿Podríamos añadir que en este tráfico se les ha añadido,a la educación y a la política, LA SALUD?

7 comentarios:

jepavozhotmail.com dijo...

m

Anónimo dijo...

Saludos desde El Palomar. He intentado acceder desde mi blog, pero debo de ser muy torpe y tras un intento fallido, desisto.

Enhorabuena por la entrada y por este magnífico blog.

El video es muy interesante y además divertido. Después de verlo he buceado un poco por la red. He visto un programa de redes donde se le hace una entrevista a Dan Ariely. Muy recomendable también. "Las trampas del deseo" se me antoja de imprescindible lectura.
Jesús Palomar

Jesús Palomar dijo...

Quizá conocer el mecanismo de nuestras irracionales decisiones pueda convertir en un poco más racionales (es decir, sensatas) nuestras futuras decisiones. Creo que esta es la tesis del propio Ariely. No obstante intuyo que la tarea no es fácil. Un ejercito de investigadores sociales tienen probablemente conocimientos interesantes que de hecho no están homologados con el resto de saberes que se estudian en institutos y universidades. Ignoro la causa. Lo que parece seguro es que los profesionales de la publicidad los conocen al dedillo. Pero,¡ojo!, tener acceso a la totalidad de estos presuntos conocimientos tampoco garantiza nada. Una sociedad que ensalza nuestra parte deseante y que gasta tanta energía en debilitar la voluntad (aquella parte irascible de nuestro amigo Platón) y las capacidades cognitivas de sus ciudadanos (memoria, imaginación, reflexión y lenguaje) no es muy alentadora al respecto. Potenciar nuestra parte deseante en lugar de compensarla con nuestras capacidades cognitivas no significa que nos quiten las armas antes de entrar en guerra, significa algo peor, nos quitan incluso la posibilidad de acceder a cualquier arma defensiva ante los juegos del deseo. Con una vista desgastada es muy difícil distinguir la luz que tenemos a un palmo de la nariz. Sin una mínima capacidad de análisis y con una voluntad debilitada cualquier conocimiento se torna de difícil adquisición.
Dada la sociedad que tenemos el resultado que cabe esperar es la proliferación de sujetos que podríamos llamar “deseantes compulsivos” (¿sujetos apetentes en lugar de deseantes?). Constantemente inquietos e insatisfechos. Acto seguido el lenguaje político cada vez más en connivencia o mimesis con el publicitario nos reitera una nueva máxima: la libertad es hacer lo que deseamos. El deseante compulsivo adquiere así su buena conciencia. Heidegger definía al ser inauténtico como aquel que se mueve constantemente por la avidez de novedades para no afrontar su propio vacío. En fin, en esto creo que el cuestionado Heidegger hizo una descripción acertada de un tipo de ser que todos conocemos (quien esté libre de pecado que tire la primera piedra). No obstante, este nuevo tipo de ser parece el nuevo ideal que al menos de facto se nos impone.
Llegados a este punto es pertinente alguna aclaración. No considero perversa a la publicidad. Ella cumple con su tarea. En todo caso es un mal necesario dentro de un sistema que podría funcionar relativamente bien. Tampoco es culpable el mercado. La publicidad es inherente al mercado y no son los publicistas ni los mercaderes los que convierten a un ser impolutamente racional en deseante. Freud y Nietzsche nos despertaron de este sueño y nos hicieron ver que el hombre no es fundamentalmente racional, sino un ser deseante que durante mucho tiempo se vio a sí mismo como exclusivamente racional. Lo verdaderamente perverso es que la política y la educación asuman los mismos medios y fines que la propia publicidad. Si los publicistas tiene un interés obvio en convertir al ser deseante en ser apetente, la política y la educación debería esforzarse en tirar desde el otro extremo y empeñarse en que el ser deseante sea un poco más volitivo. La libertad está del lado del deseante que también quiere y no del deseante que solo apetece. En ese pequeño margen se juegan demasiadas cosas importantes: nuestra dignidad, nuestra libertad, probablemente nuestra humanidad. Quizá suene un poco trágico, pero a veces pienso que incluso se juega la propia civilización y el destino del homo sapiens.

Anónimo dijo...

¿Cuál es la tarea de la publicidad? ¿No se vale de todos los recursos imaginables para hacer que sucumbamos al deseo? ¿Acaso todo el mundo tiene las armas necesarias para defenderse del ataque publicitario? ¿Debemos pensar que el falto de preparación, el ignorante, el ingenuo o el insensato, por ejemplo, tienen bien merecido el castigo?
Después de un preámbulo brillante, nuestro filósofo llega a “ese punto” en el que parece que tiene que excusarse, como si hubiera llegado demasiado lejos. Él no considera a la publicidad perversa, sería tanto como atacar el libre mercado, ¡y eso si que NO!
Lo realmente preocupante es que nuestra formación como ciudadanos dependa de las técnicas publicitarias. Pero él sabe muy bien que todos los políticos, los de antes y los de ahora, se valen de esos recursos. ¿No será que lo que desaprueba es el poder que ha adquirido LA PUBLICIDAD gracias al auge de los medios de comunicación? ¿Son éstos los culpables y no el mercado? ¿Pero quién maneja LOS MEDIOS? ¿Los gobiernos, las oligarquías financieras, las grandes corporaciones multinacionales…?
En cuanto a la educación, cualquier profesor sabe que tiene más influencia en los alumnos un anuncio televisivo que diez horas lectivas, y más prestigio cualquier descerebrado de un concurso en hora de gran audiencia que el catedrático que les intenta enseñar “Lengua y literatura”.
Creo que a nuestro filósofo le dio miedo al llegar a “ese punto”. Tal vez se asustara de las consecuencias de su razonamiento. No se plantea alternativas. Se aviene complaciente con el estado de las cosas. Parece decirnos que este sistema es el mejor de los posibles. ¡Y SÁLVESE QUIEN PUEDA!
Alberto

Jesús Palomar dijo...

Hola Alberto. Creo que en tu texto vas más allá de lo que yo digo. Quizá haces juicios de intenciones no del todo justificadas, y en este sentido es difícil de contestar. No obstante, intentaré ser sintético y contestar a la parte más analítica del mismo.
Por cierto, y cambiando de tema, estoy haciendo un cursillo sobre cine y humanidades, y el profe nos pone algunas cosillas interesantes. Ha abierto una página que a lo mejor te interesa echar un vistacillo. Ya me cuentas.

http://kinomulberry.blogspot.com/

Bueno, aquí va la respuesta:


Alberto dijo...
¿Cuál es la tarea de la publicidad? ¿No se vale de todos los recursos imaginables para hacer que sucumbamos al deseo? ¿Acaso todo el mundo tiene las armas necesarias para defenderse del ataque publicitario? ¿Debemos pensar que el falto de preparación, el ignorante, el ingenuo o el insensato, por ejemplo, tienen bien merecido el castigo?
Después de un preámbulo brillante, nuestro filósofo llega a “ese punto” en el que parece que tiene que excusarse, como si hubiera llegado demasiado lejos. Él no considera a la publicidad perversa, sería tanto como atacar el libre mercado, ¡y eso si que NO!
Jesús Palomar dijo...
La publicidad y el libre mercado deben regirse por la ley. En sí mismo no son malos. Pueden ser malos sus excesos. Eso es lo que la ley debe regular.
Alberto dijo...
Lo realmente preocupante es que nuestra formación como ciudadanos dependa de las técnicas publicitarias. Pero él sabe muy bien que todos los políticos, los de antes y los de ahora, se valen de esos recursos. ¿No será que lo que desaprueba es el poder que ha adquirido LA PUBLICIDAD gracias al auge de los medios de comunicación? ¿Son éstos los culpables y no el mercado? ¿Pero quién maneja LOS MEDIOS? ¿Los gobiernos, las oligarquías financieras, las grandes corporaciones multinacionales…?
Jesús Palomar dijo...
Medios son televisión, radio, periódicos e internet. En todos ellos hay pluralidad de opiniones (menos de las que a mí me gustarían). Los medios no son malvados, en todo caso lo son las opiniones o las actitudes que en algunos de ellos se muestran y ocasionalmente en todos. La ley debe regular bien, el padre modular la influencia que los medios pueden tener en sus hijos, los profesores deben enseñar que hay otros conocimientos y otras vías de conocimiento. En fin, y en último caso saber que podemos apagar la tele o la radio.

Jesús Palomar dijo...

Alberto dijo...

En cuanto a la educación, cualquier profesor sabe que tiene más influencia en los alumnos un anuncio televisivo que diez horas lectivas, y más prestigio cualquier descerebrado de un concurso en hora de gran audiencia que el catedrático que les intenta enseñar “Lengua y literatura”. Creo que a nuestro filósofo le dio miedo al llegar a “ese punto”. Tal vez se asustara de las consecuencias de su razonamiento.
Jesús Palomar dijo...
Estoy de acuerdo. Es, sin más, una descripción de los hechos. No obstante, no me da miedo llegar a ese punto. Me da pena constatar que así son las cosas.
Alberto dijo...

No se plantea alternativas. Se aviene complaciente con el estado de las cosas. Parece decirnos que este sistema es el mejor de los posibles. ¡Y SÁLVESE QUIEN PUEDA!
Jesús Palomar dijo...
No pienso que este sistema sea el mejor de los posibles. Mi actitud no es complaciente. Quizá es el sistema menos malo de los conocidos. Pero en el texto señalo que el sistema tiene posibilidades de mejorar. Hay un mal añadido al sistema y es que la Educación y las instituciones que representan a los poderes, fomenten lo mismo que el publicista. Eso sí es una perversión. Es como si en un juicio el abogado y el fiscal estuviesen en el mismo lado. No propongo otra alternativa porque mi coco no da para más. Pero estoy abierto a las alternativas que otros sean capaces de proponer para discutirlas en el ágora. De momento mi opción es la optimización de “este sistema”, llamado democracia liberal-social o estado democrático de derecho. En gran medida muchos de los males que señalamos se deben a que no es suficientemente democrático, liberal, social y de derecho (y me refiero especialmente a España).
¿Qué deberíamos hacer con la publicidad?
¿Y con los medios?
¿Qué deberíamos hacer con el libre mercado?
¿Y con el poder político?
Espero ávido tus alternativas.
Un saludo cordial.

Anónimo dijo...

No esperes tanto de mí. Mi intención sólo era poner en evidencia lo que yo considero una cobardía intelectual impropia de un filósofo. Si el razonamiento te lleva a un determinado punto no puedes luego ignorarlo. Lo que escribes a continuación de “ese punto” no se corresponde con lo anterior. Parece que una tercera persona hubiera intervenido para salir en defensa de aquello que pones en peligro. Pero claro, siempre se podrá apelar a la dualidad del ser.
No obstante, sí te diré que se puede cuestionar ese tótem de nuestra sociedad, llamado publicidad, sin por ello convertirnos en sospechosos de totalitarios ni enemigos de la libertad.
Me sorprende, por otra parte, que seas tú el que tenga tanta confianza en la ley, hecha por los políticos, para regular la publicidad, y digo regular porque sería impensable que ésta se cuestionara. Pero me temo que ya sabes que la ley, llegado este punto, no puede hacer nada. ¿Acaso se atrevería a cuestionar alguien la “inconveniencia” de relacionar la potencia de un motor con la belleza humana?
¿Que política y educación se pliegan a los dictados de los medios? O se cambian las leyes para que los espacios destinados a estos cometidos no dependan del índice de audiencia, o no tiene solución. Nadie va a cambiarlas. Los que están en el poder dependen, para seguir en él, de que todo siga como está.
No podemos dejar que el espectador cambie de canal. Los opinantes deben ser concisos y muy rápidos, porque si no el oyente se aburre. ¿A quién le importan los matices?
Al final me descubro como un intervencionista nato, pero que desconfía profundamente de los políticos. No es una contradicción, es un problema que no sé cómo resolver.
Tal vez, nuestra diferencia estribe en que uno desconfía más de unos que de otros.
Ya sabes, soy bastante pesimista.
Alberto